martes, 23 de noviembre de 2010

GUERRA

Indagando sobre el horror de la guerra, una no puede evitar pensar en esa famosa frase de que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra…pero es que son muchas más de dos!. Parece mentira que tras el convulso siglo que comienza con la liberación (a sangre y fuego) de las colonias americanas, la Revolución Francesa y la Revolución Rusa, que culmina en las dos Guerras Mundiales y la inescrutable Guerra Fría, aún haya conflictos armados en pleno siglo XXI. ¿Qué nos lleva a la aniquilación de pueblos, etnias y naciones enteras de forma periódica? ¿Qué hay en la naturaleza humana que nos impulsa a destruir antes de poder construir algo nuevo y mejor?
Investigando un poco en teorías antropológicas nos encontramos a muchos defensores de la guerra como instrumento de control demográfico: ante un exceso del grupo de población integrado por hombres jóvenes en edad productiva, surge la necesidad de hacer una criba por medio de la lucha armada. Sin embargo, el profesor de la Universidad de Michigan Frank Livingstone, afirmó categóricamente que “al considerar que estos sacrificios solo ocurren aproximadamente una vez por generación, parece inevitable la conclusión de que no tienen efecto alguno en el crecimiento o tamaño de la población”. En la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, el número total de muertes provocadas por la guerra no superó el 10% de la población y un ligero incremento de la natalidad, unida a la disminución de la mortalidad infantil, palió sus efectos demográficos. La Guerra fría, por su parte, no causó bajas humanas, pero dio lugar graves repercusiones económicas. Todo esto nos lleva a pensar que la guerra en la Edad Contemporánea, no es una necesidad antropológica sino una cuestión económica y un hervidero de intereses creados.
  La industria armamentística ha dejado de ser un lobby o grupo de presión para ser un pilar en la economía de los países desarrollados. El G8, el club de los poderosos, obtiene un rendimiento económico reconocido por innegable de la proliferación armamentística en los países subdesarrollados y utiliza las llamadas “misiones de paz” como medios de control de daños y fuente de información para “regular” conflictos desde cómodos despachos perfectamente equipados. Cuando el asunto se les va de las manos, sacan de la manga la palabra mágica “genocidio” si están en África o “fundamentalismo”, si están en un país árabe y dan paso a los cascos azules de la ONU. Pero el beneficio económico ya se ha obtenido: la muerte tiene sus plusvalías si sabes gestionarla. 
Es difícil encontrar una solución al problema cuando nadie reconoce que existe, cuando se habla de motivaciones religiosas, de aspiraciones territoriales, de valores espirituales…es difícil frenar una idea, porque es intangible y, como tal, indestructible. Hasta que no reconozcamos todos (combatientes, instigadores y observadores) que la guerra es, hoy por hoy, un negocio, no se podrá erradicar. Tal vez la solución sea que los gobernantes de los países interesados recuperen esa práctica de los amerindios que habitaban el sur de Alaska, la Columbia Británica y el actual estado de Washington: cuando dos jefes se desafiaban, medían su poder por medio de una práctica de “despilfarro histérico” conocida como POTLACH (descrita por el antropólogo Marvin Harris en su libro “vacas, cerdos, guerras y brujas”) consistente en destruir más riqueza que el rival para demostrar poder, ganar seguidores y avergonzar al adversario; algunos llegaban a quemar su propia casa!. Al menos así se conseguirán dos cosas: la destrucción solo alcanzará a quien la provoque y la guerra respetará la mayor riqueza de este esquilmado planeta, la vida humana.

martes, 16 de noviembre de 2010

Frases hechas para momentos críticos

Hace unos días, una amiga mía rompió con su novio de toda la vida 8bueno, dos años es mucho tiempo). El chico era un imbécil integral, pero era su imbécil y se quedó bastante hecha polvo. Las amigas estábamos encantadas: la recuperábamos a ella y le perdíamos de vista a él...¿qué más se puede pedir?. No obstante, hicimos un esfuerzo por organizar un café de terapia psicológica en lugar de una fiesta salvaje con boys y nos reunímos en una cafetería a odrecerle nuestro apoyo y a escuchar todas juntas la crónica de la ruptura (aunque cada una la había oído, comentado y diseccionado por separado con la interesada). Y entonces, ocurrió algo insólito: ante las lágrimas de una amiga íntima, tres de las presentes dijeron lo siguiente:
Amiga 1 a la que conoce desde el Colegio: "verás cómo es para bien".
Amiga 2, compañera de clase con la que estudia cada examen en pijama: "estás mejor sin él".
Amiga 3, compañera de clase que no va a clase pero con quien sale de juerga cuando su chico la planta y que la ha visto en situaciones muy comprometidas sin publicar la más mínima insinuación en Facebook (esto ilustra un supremo grado de confianza y lealtad, a mi entender): "HAY MÁS PECES EN EL MAR".
No se cómo, cuando la situación entró en la fase de crísis seria, todas nos convertimos en ratones blancos de laboratorio que corren por un laberinto de frases hechas y tópicos, sin poder expresar lo que de verdad pensamos o sentimos porque, cuando las cosas se ponen feas, no se es sincero, se es políticamente correcto. Me encontré pensando en el funeral de mi abuelo, hace unos años, cuando cientos de desconocidos se acercaban a mi para decirme cosas como "ha sido una gran pérdida" (a mi me lo va a decir, que era su nieta!), "ha sido tan repentino" (bueno, tras cinco años de lucha contra el cancer, quimio, radio, trasplante de médula ósea y dos semanas enganchado a una bomba de morfina, yo no estaba muy sorprendida) o "ahora está en un sitio mejor" (con todos mis respetos hacia las creencias de cada uno, no sabe usted como cuidaba mi abuela a su marido!). Reconozco que hubo una frase original, propia de Huesca: "años de vida" (abreviatura de "años de vida para rezarle y recordarle" que te deséan los oscenses cuando muere un ser querido); pero no deja de ser una frase hecha para el momento del duelo. Yo quería anécdotas de los compañeros de trabajo, o una broma de mal gusto de un amigo cercano, o una crítica sutil de un enemigo, que más da! algo que haga diferente este funeral de otro!. Pero no se puede.
¿Por qué? ¿Por qué en los momentos de emotividad anulamos el raciocinio y recurrimos a la frase hecha? Haabrá quien diga que es por educación, por tradición...yo digo que es por miedo. Miedo a decir lo que piensas de verdad, a ser sincero y herir susceptibilidades, miedo a provocar reacciones adversas en gente que tiene limitada su capacidad social temporalmente. Y no solo en esos momentos, desde que nos levantamos (buenos días), hasta la noche, vivimos en una maraña de frases hechas y convenciones sociales que nos evitan pensar, equivocarnos, herir...es como un air bag para la vida. Por eso, cuando encontramos a alguien poco convencional, que dice lo que piensa, nos atráe inmediatamente...y luego nos repele. Alguien ha visto la serie House? Pues eso.